TRADUCTOR DEL SILENCIO

Un murmullo es voz,
un susurro es voz,
un deseo, una culpa,
un grito,
es voz.

No importa
si es inteligible,
la modulación,
la pausa,
la frecuencia.

Todo lo que habla es voz;
toda asfixia,
todo suspiro,
en realidad,
habla;
cualquier cromo,
cualquier mendigo
con las manos
extendidas,
cualquier chófer
de autobús
cansado
de devolver el cambio,
el tono
con que contestan
las señoras
de secretaría.

Cualquier sueño es voz,
cualquier síntoma es voz,
las camas desechas de compromiso,
los margaritas, los tequilas,
los sex on the beach,
de las piscinas
de los hoteles;
el silencio expectante,
antes del júbilo,
cuando se chuta una falta.

Cualquier pecado es voz,
cualquier premisa es voz,
las butacas vacías
de los teatros
también hablan,
los empleados que fuman
solos
en las puertas
de las oficinas,
los hospicios
que multiplican
las familias,
los agujeros negros
de los putos
hospitales.

Un mordisco es voz,
un desaire es voz,
el perdón pendiendo
de la soga
del patíbulo,
las prendas colgadas,
las hebras de tabaco,
el cesto
de la ropa
sucia.

Un resentimiento,
una promesa,
una adicción,
un vicio,
es voz;
los caminos de vuelta
del colegio
con la mochila a cuestas,
los índices de audiencia,
los índices bursátiles,
la Coca Cola,
el kétchup,
el azúcar blanco.

El hambre es voz,
la sed es voz,
la factura de la luz
es voz;
la vejiga del perro,
el capricho,
los felpudos,
las pelusas,
las jacarandas,
las vallas de alambre.

Y las señales de tráfico,
las de peligro,
y las encrucijadas.

El infinito que cabe
en un folio en blanco.

Todo es voz.

Todo es Dios
hablando
desde todas partes.

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