Parque de los príncipes

Con cuatro o cinco años,
mis padres me llevaban al parque
que había frente a casa,
a un tobogán con forma de elefante,
con la piel rugosa,
lejos de la fuente
rota
de azulejo;
y alrededor se concentraban las palomas
con las migas y el albero;
sucias palomas que picoteaban
los granos de las ideas
más subterráneas,
precipitadas sobre ellas
como los suicidas;
y después estaban los patos
y los peces del estanque,
que brevaban aguas negras,
y parecían haberse
reencarnado.

En realidad creo
en la cronología de la belleza
con la que cae
el velo
de la desesperanza,
cae como la nieve,
diminuta, radiactiva
y blanca,
pudriendo
el alma y la piel,
y los dientes;
y los yonquis que mueren
helados
en el invierno,
no terminan siendo
sino un mero
cisne
de cartón piedra.

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